lunes, 21 de octubre de 2013

Tokio 3 o el arte de encajar paraíso y realidad

Imagen propiedad de Compañía Voadora
Con el peso de la tierra sobre sus hombros, un grupo de actores juega a imaginar un futuro edénico, libre de las ataduras materiales con que la sociedad le ha encadenado a un presente indeseado. Son seis jóvenes obligados a vivir en Tokio 3, una ciudad subterránea surgida de la expansión desmesurada de la urbe japonesa que, una vez agotado el espacio terrestre y aéreo, continuó extendiéndose bajo el subsuelo. Allí, confinados en un teatro que hace posible lo imposible, tratan de poner en pie una versión muy libre de La Divina Comedia de Dante Alghieri, mientras dan rienda suelta a sus anhelos más profundos. 

Entre actuaciones musicales en vivo, disparatados bailes de máscaras e intentos fallidos de echar a volar, los personajes dejan escapar profundas reflexiones sobre el amor, la fugacidad de la vida o la felicidad, al tiempo que ponen sobre la mesa la dificultad de construir ese paraíso soñado en una tierra baldía, donde lo material y lo cotidiano han dejado yermo el campo de los sueños. 

Tokio 3, de la compañía gallega Voadora, es la última entrega de la trilogía “Lugares comúns”, que recorre presente, pasado y futuro como los tres estadios de la construcción de la identidad. La obra, dirigida por la también actriz Marta Pazos, fue la encargada de inaugurar el XVI Certamen Nacional de Teatro para Directoras de Escena “Ciudad de Torrejón”, que se está llevando a cabo en el Teatro Municipal José María Rodero durante esta semana. 

A pesar de que fue finalista a los prestigiosos Premios Max 2013 al mejor espectáculo revelación, su comprobado buen hacer no se reflejó en una sala ocupada con solo una cuarta parte de su capacidad total. Una verdadera pena. Y no sólo porque los premios le den la razón, sino porque su arriesgada puesta en escena, el trasfondo de sus textos y, sobre todo, las risas y aplausos del público convierten a Tokio 3 en un espectáculo digno de ver, repetir y recomendar. 

Imagen propiedad de Compañía Voadora
Pero además del mensaje y la forma, no podemos olvidarnos de sus ejecutores. Seis artistas que no tienen problema en pasar de la batería a la guitarra o el micrófono, desgañitarse interpretando divertidas letras punk, o convertirse en marionetas sin rostro. Sus coreografías componen escenas inquietantes de precisión milimétrica cuya tensión dramática se encarga de romper el personaje más agradecido, un simpático saboteador de ensayos que recuerda a sus compañeros que han venido a hacernos reír.

Bueno… a eso y a hacernos creer invencibles por unos minutos, porque mientras dure el espectáculo quizá podamos sumarnos a esos animales sin sentido de la trascendencia de la vida con los que cierra la función, esos seres eternos que, como nosotros, son capaces de suspender el tiempo y el espacio desde las tablas de un escenario o en la butaca de un teatro.

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